Los agujeros negros se forman cuando una estrella masiva agota su combustible nuclear y colapsa bajo la influencia de su propia gravedad. Durante este colapso, la masa se concentra en un volumen extremadamente pequeño, formando un objeto con un campo gravitacional tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, puede escapar de su atracción. Este punto de no retorno se llama horizonte de sucesos.
El horizonte de sucesos es una superficie imaginaria que rodea al agujero negro. Una vez que algo cruza este límite, no puede escapar, ya que la velocidad de escape requerida supera la velocidad de la luz. Esto implica que cualquier objeto, incluida la luz, queda atrapado en el agujero negro. La masa de un agujero negro está concentrada en un punto infinitesimal conocido como singularidad. La singularidad es una región de densidad infinita donde las leyes de la física tal como las conocemos pueden dejar de aplicarse.
Agujeros negros estelares:
Se forman a partir del colapso gravitacional de estrellas
masivas.
Agujeros negros supermasivos:
Se encuentran en el centro de muchas galaxias,
incluida la nuestra, la Vía Láctea. Pueden tener masas equivalentes a millones o
incluso miles de millones de veces la masa del Sol.
Agujeros negros de masa intermedia:
Con masas entre los agujeros negros estelares y
supermasivos.
Los agujeros negros no emiten luz propia, pero su presencia se puede detectar
mediante la observación de la influencia gravitacional que ejercen sobre otros
objetos, como estrellas cercanas o gas circundante.
Uno de los aspectos más fascinantes y aún no completamente resueltos de la teoría de los agujeros negros es la paradoja de la información. Según la mecánica cuántica, la información no debería perderse en un agujero negro, pero la teoría de la relatividad general sugiere que la información sí se pierde en la singularidad. Este problema es uno de los desafíos actuales en la física teórica.
